Cuando algo duele tan hondo en el corazón que parece que éste se va a parar, en ese momento se hace real que cuando no se gestionan las emociones se tiene menos luz.
Hace tiempo viví una situación que me produjo este tipo de dolor, que me dejó sumida en una oscuridad tenebrosa. Una oscuridad que me hizo sentir como si todo lo aprendido para salir de los momentos malos se hubiese disipado de mi.
Cuando no se gestionan las emociones, hay oscuridad
En medio de aquella situación escuché voces externas que me decían: ”te tienes que reponer”, “sigue adelante”, “vuelve a intentarlo”, “no te rindas”, “tú eres fuerte”, “tú puedes”, “no te puedes venir abajo por esto”, “son cosas que pasan”, …
Si bien, todo eso era cierto, y las voces se alzaron para darme ánimos en aquel momento de flaqueza, el dolor que sentía me producía una sensación de desgarre interno tan fuerte que se apoderaba de mi, y no podía conectar ni con el sentido ni con el sentimiento de esas voces.
En mi cabeza sólo había oscuridad, y lo más duro era que en mí había partes que deseaban salir a la luz y no encontraban el camino
De repente, en medio de todas esas voces, sonó una palabra diferente acompañada de un gesto también diferente, en el rostro de quien la dijo, que me hizo parpadear.
PERMISO
Permiso para entender lo que pasa cuando no se gestionan las emociones, sin presión
Saber no tener prisa en tomar ninguna acción, tener derecho a sentir mi dolor, sin tener que dejar de sentirlo para contentar a nadie.
Entendí que el primer paso para no tener los efectos negativos de cuando no se gestionan las emociones, era permitirme sentirlas, incluso mucho antes de identificarlas y hacer todo lo demás que me llevaba a recuperar el bienestar.
Puedes permitirte sentir el dolor, sin quedarte en el sufrimiento
Era necesario sentir el dolor de la circunstancia que me lo causó en todo su esplendor, sin tratar de huir de él. También comprendí, que sufrir por ello era una decisión evitable.
El drama que se añade al dolo, es lo que provoca el sufrimiento, y eso es lo evitable
Necesité que el dolor me atravesara, porque aunque suene fuerte, era la única manera de conseguir trascenderlo. Tenía que dejar que actuase por dentro para estimular los cambios a los que necesitaba despertar para poder llevarlos a cabo con convencimiento y seguridad.
Cuando no se gestionan las emociones, no se lleva a cabo la función que tienen de informar de cómo están de satisfechas las necesidades personales
En ese momento, con esa palabra de permiso pude sentirme aceptada, aprobada, válida, merecedora y capaz, sintiendo lo que sentía el tiempo que me hiciese falta. Desde ahí, empecé a estar receptiva a ver mi luz.
Me zafé de la presión de “tener que ponerme bien cuanto antes” por exigencias o expectativas, propias o ajenas, pero sin perder de vista mi deseo interno de salir de allí,
Pude respirar y ver que había algo positivo para mí
Cuando no se gestionan las emociones es cuando cuesta ver el aprendizaje que encierran, para el crecimiento propio.
A eso es a lo que me refiero cuando digo, que frente al dolor sólo veía oscuridad. Al ponerme a gestionar las emociones, respiré y vi luz. La luz del aprendizaje.
Al respirar pude buscar en mi interior qué es lo que me estaba produciendo el dolor, y ponerle nombre. De esa manera, dejó de ser desconocida, y también de suponer una amenaza para mi.
Ya no tenía que estar alerta ni a la defensiva, y podía pensar en cómo soltar ese dolor, con más calma
La situación estaba repleta de detalles
No tenía toda la información en mi poder consciente, como suele suceder, y era importante dar con el aspecto concreto que me había desencadenado el dolor, para tomar conciencia y empezar a buscar el camino de salida.
Entonces fue cuando me di cuenta que esa situación había reactivado una antigua herida. De esas que cuando no se curan bien, te dejan en riesgo de sufrirlas una y otra vez, activándose, por a veces, no se sabe ni el qué.
Cuando gestioné las emociones que sentía, pude aceptar la lección que tenía aquella situación
Me hice cargo de seguir sanando esa herida y fue entonces, y sólo entonces, cuando me permití dejar que todas las palabras de ánimo iniciales que me expresaron con tanta generosidad y amor, todas las personas que estuvieron interesándose por mi malestar, entrasen en mi como un bálsamo reparador.
Mi decisión de no huir, de dejarme sentir y atravesar absolutamente por el dolor, de expresarlo tal cual era, sin disminuirlo, ni restarle importancia, fue lo que me permitió soltarlo y liberarme de él.
Me permitió recuperar la serenidad interna con la que tomar las decisiones que me han devuelto a estar en paz en mi camino.
Cuando no se gestionan las emociones, se siente menos gratitud
Después de aquello, empecé a sentirme realmente agradecida hacia todas las personas que me alentaron. Vi la verdadera dimensión de sus palabras. Vi el sentido de sus ánimos, que no era el de presionarme, sino el de mostrar su apoyo sincero.
Sus palabras y gestos me ayudaron a volver la mirada a mi interior, y de esa manera vi la razón de ser de mi dolor. Sentirme aceptada con mi expresión emocional, me ha ayudado a aceptarme a mí misma y soltar mis miedos.
Siempre hay una mano amiga
Me di cuenta que siempre hay cerca una persona para darme su aliento, y me sentí muy afortunada.
Me di el permiso de aceptar lo que me ofrecía, y aquello fue una de las mejores decisiones que pude tomar
El miedo que hace que no se gestionen las emociones, que te evita enfrentar los sentimientos duros, porque duelen, es desolador, y todos los pensamientos que tienes en ese momento, aumentan tu desolación.
Pero cuando superas esa primera barrera, todo lo que viene después, merece la pena.
¿Te has sentido identificada con mi experiencia? Déjame tu comentario. Si tienes inquietud por ampliar este tema, o que te hable de algún otro, añade tu sugerencia en tu comentario y lo tendré en cuenta para los siguientes artículos que publique.
Gracias por dedicar tu tiempo a leerme.
Un abrazo
Ana Eló
Desde aquí te invito a que te rodees siempre de personas que te permitan ser y sentir auténticamente, incluso cuando el dolor abruma, porque la luz que emerge de ello hace que después todo y todos brillen mucho más